SUEÑO
DE MUERTE
Sorbí el agua como si fuera la ultima gota del planeta, en
realidad lo era. Hacia ya mucho tiempo que las cantimploras estaban secas y no
habíamos visto ninguna clase de río o cuenca desde donde poder extraer algo de
esta. Mire a mí alrededor. Las personas estaban iguales o peor que yo. Sus
rostros eran pinturas de lo tortuoso de nuestra marcha, y las raídas ropas eran
fiel reflejo de nuestra extinción. Me senté en una roca con la fatiga acumulada
de dos días sin dormir y muchos más sin comer.
El frío era seco y pesado, y las pululantes mariposas revoloteaban
a una distancia pertinente de nosotros. Habían aprendido que si se acercaban
demasiado a nosotros, estaban muertas. El cielo, para ser de noche, me parecía
mucho mas claro. Tenía una mezcla entre ámbar y ciruela. Daba una rara sensación
de tranquilidad, aunque el aroma era tumefacto. La humedad de mi boca era casi
nula, a pesar de que las gotas habían mojado mis labios, pronto se habían
evaporado. Ya no sentía mis piernas. El frío, el cansancio, no sabía que era
pero me entumecía desde lo más profundo de mí ser. Respiraba con dificultad y
me ardía la garganta cada vez que el aire llegaba o salía de mis pulmones. La
gente, empezó a imitarme y uno a uno se desplomó sobre las rocas que sobresalían
en el suelo, o simplemente sobre el terreno desnudo. Ninguno expresaba otra
cosa que no fuera cansancio, derrota, frustración. Creo que yo vi en esa gente
también, desesperación. Supongo que mi rostro debía expresar los mismos
sentimientos.
De pronto, me sentí acabado. Quise gritar, gritar tan fuerte como
me fuera posible, pero no pude. Mi boca no emitía sonido alguno, y solo
conseguí que mis ojos enrojecieran por el esfuerzo. Me desesperé. Busqué algo a
que aferrarme, una esperanza, pero solo veía a mi alrededor gente en mi misma
situación. Gente con hambre, frío, cansancio y miedo. Ya nada nos quedaba, ni
el gobierno, ni el ejercito existían, y ni la maldita religión, la estúpida
"fe", podía hacer nada por nosotros ya. Trate de llorar, realmente
quería llorar con todas mis fuerzas, pero no tenia ni lagrimas. Solo conseguí
esbozar una mueca y desde mi garganta un sonido lastimoso corrompió el silencio
sepulcral de la escena. Tampoco podía morir.
Le resé a mi Dios, ese que mis padres me habían obligado a adorar
cuando niño. A ese, que según decían nacía cada noche buena y que debía traer
paz y amor. A ese, que cuando empezó todo esto, fue el primero que desapareció
junto a sus profesos sacerdotes. A ese le rezaba. No le pedía que me salvara,
que va, le pedía que me dejara morir. No quería mas soportar el terror cada
día, el hambre, el frío. El luchar con los míos para sobrevivir. El maldito
infier-no estaba en la tierra y yo, un estúpido oficinista, estaba vivo. Me
sentía patético, pero a quien le importaba, fui patético durante mi toda mi
vida, ¿porque no iba a serlo en el umbral de mi muerte?
Si, yo estaba vivo y quería morir.
Todos debían de pensar lo mismo que yo porque escondían sus
rostros entre las sucias manos e intentaban llorar frenéticamente.
Me reí, si me reí.
Desesperación, renuncia, locura, que se yo. Me reí porque era lo
único que me quedaba por hacer ante una perspectiva tan sombría. Todavía
riendo, me acosté sobre el suelo arcilloso. Exhale.
Luego, cerré los ojos con indiferencia y me entregue al cansancio
de mi cuerpo. Con el polvillo que levantaba el viento helado del norte
golpeando mi rostro, me dormí para siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario