Apenas empezado el verano en Tesalia,
en el primer día de asedio persa, Leonidas, rey de Esparta, y Jerjes, el llamado
Rey de Reyes, se encontraron frente a frente en el paso de Termópilas. Pronto, un
emisario persa se acercó al espartano, y con una breve reverencia anunció:
—Jerjes, Rey de Reyes, ordena que
entre-guen sus lanzas y espadas, espartanos —su voz era altiva y prepotente,
chasqueó la lengua y con un dejo de ironía continuó: —. Mi señor es piadoso, y ha
deci-dido no matarles si obedecen sus ordenes y se arrodillan ante él.
El espartano escuchó con desinterés lo
que el representante del Rey de Reyes le decía. Sonrío con una mueca salpicada
de orgullo, y finalmente espetó:
—¡Que venga por ellas!
Al instante, con su propia lanza traspasó
el cuello del incauto emisario. Leonidas y sus espartanos morirían antes de
doblegarse ante un rey extranjero.
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